
Rosalía finalmente ha lanzado su cuarto álbum de estudio, LUX. Una obra profundamente conceptual que narra un viaje espiritual: de lo terrenal a lo celestial, dividido en cuatro actos que funcionan como estaciones de una misma transformación.
En LUX, la artista inicia un recorrido que parte del abandono del mundo material y culmina en un amor que trasciende: amor por lo divino, por la creación y por aquello que le da sentido a su existencia. Pero ojo: aunque el disco está lleno de referencias religiosas y simbología sagrada, también es una gran metáfora del amor según Rosalía.
Es la historia de alguien que busca propósito a través de su don —la música— y que lo expresa cantando en más de diez idiomas, como si quisiera que el mensaje llegara a cada rincón del mundo. Para entender completamente la intención del álbum, vamos a desglosarlo, para que puedas experimentarlo como lo que es: una obra luminosa y profundamente espiritual.
El álbum abre con ‘Sexo, Violencia y Llantas’, una especie de obertura que presenta los elementos esenciales del universo de LUX. Aquí Rosalía plantea el conflicto que atravesará todo el disco: la tensión entre lo terrenal —“sexo, violencia y llantas”— y lo divino, representado por “Dios”, los “destellos” y las “santas”.
La canción funciona como un prólogo y culmina con una transición instrumental que anticipa la llegada del siguiente tema, casi como si apareciera el título de la obra.
Ese siguiente paso es ‘Reliquia’, donde Rosalía inicia formalmente su viaje. Aquí se presenta como una heroína en busca de lo sagrado a través de la música. La canción, construida en dos mitades, arranca con violines que evocan lo celestial y termina con sintetizadores que la anclan a lo terrenal.
En su letra, Rosalía recorre distintos momentos de su vida —amores, ciudades, pérdidas, aprendizajes— que la han moldeado y le han dejado el corazón “gastado”, pero lleno de belleza.
Después de desprenderse simbólicamente de su pasado y reconocer que su corazón le pertenece, Rosalía está lista para entregarse al arte, a la música y a lo divino en ‘Divinize’. Aquí siente su propia llamada: está preparada para dejar entrar la luz y alcanzar un éxtasis casi místico.
“Sé que fui creada para divinizar”, canta en inglés y catalán, dejando claro que entiende su propósito. En una conversación reciente con Zane Lowe ya lo había adelantado: “Yo sabía que mi misión era hacer música… yo esto lo rogué”. En ‘Divinize’, esas plegarias se convierten en música; es su forma de devolver al plano espiritual el don que recibió.
Pero el camino hacia lo celestial nunca es sencillo. ‘Porcelana’ representa esa ruta hacia el bien. Musicalmente recuerda a la Rosalía de contrastes —la delicada y la feroz, la del susurro y el golpe— y conecta con universos como el de A Palé.
Aquí la artista toma fuerza mientras repite en latín “Yo soy la luz del mundo”, casi como un mantra. Y cuando por fin internaliza ese llamado, aparece una voz masculina —una figura que simboliza a Dios, “lo otro”— diciéndole que no tenga miedo. Como ocurre en tantos relatos místicos, la primera manifestación de lo divino llega cargada de temor ante lo desconocido.
La primera voz masculina que aparece en el álbum —posiblemente la de Frank Ocean— es una de las dos únicas presencias masculinas en LUX. Su función no es casual: representa “lo otro”, aquello que es externo, desconocido y divino. Una figura que interrumpe, guía y confronta a Rosalía en su camino espiritual.
La segunda voz masculina aparece en ‘Berghain’, y simboliza todo lo contrario: el pecado, el deseo y los pensamientos intrusivos. Esa frase repetida —“I’ll fuck you till you love me” interpretada por Yves Tumor— encarna la tentación que la arrastra hacia lo terrenal. Sin embargo, al final del tema, esa oscuridad se diluye: la música se fusiona con un coro celestial, como si Rosalía finalmente dejara de temer aquello que alguna vez la perturbó.
Con esa revelación ya abrazada, Rosalía dedica una plegaria musical a su Dios —o más bien, a su propósito— en ‘Mio Cristo’. Aquí reconoce que ha sido bendecida con un don: el de la música, la voz y la emoción. La canción es una copla desnuda, sin artificios, sin autotune, sostenida solo por una melodía mínima.
‘Mio Cristo’ funciona como un mensaje hacia lo divino, pero también hacia el mundo. Ahí queda una de las líneas más poderosas del álbum: “Cuántos puños te han dado que deberían ser abrazos.” Una frase que condensa compasión, dolor y fe; un recordatorio de que incluso lo sagrado ha sido herido.
En este segundo movimiento, Rosalía comienza a adentrarse de lleno en el universo de LUX. Aunque ya reconoce su propósito, el caos, las dudas y lo terrenal siguen golpeándola. La artista sigue siendo humana: siente deseo, tentación y desorden emocional. Pero también entiende que solo una intervención divina —la música— puede salvarla y devolverla a su camino.
Es aquí donde aparece la voz de su “madre simbólica”, Björk, para recordarle que no se desvíe. Su intervención funciona casi como un consejo espiritual, como una fuerza guía que reafirma el sentido del álbum. ‘Berghain’ se estructura en tres momentos claros que capturan esa lucha entre impulso, ruido interno y revelación. Es, probablemente, el tema que mejor encarna el espíritu —literalmente— de LUX.
rosalía singing german opera on berghain was the last thing i was expecting pic.twitter.com/z8GbOCymub
— deniz ✧ (@smhbillie) October 27, 2025
Pero para avanzar no basta con resistir la tentación: Rosalía necesita soltar lo que aún le pesa. Ese proceso ocurre en ‘La Perla’, junto a Yahritza y Su Esencia, un tema que toma elementos del regional mexicano y que, en su estructura y humor afilado, recuerda a ‘Bizcochito’.
La canción funciona como un espacio de catarsis, un desahogo compartido lleno de ironía, heridas abiertas y fuerza emocional. Incluso los sonidos de cuchillos al inicio —cuando entra Yahritza— subrayan ese duelo interno que Rosalía está lista por fin para dejar atrás.
Con esa espina del pasado por fin fuera, Rosalía está lista para iniciar su ascenso en Mundo Nuevo. Vuelve a las bulerías para abrir la puerta a un estado espiritual distinto. ‘La Perla’ una balada desgarradora en la que confiesa, casi en susurro, que quiere renegar del mundo terrenal; un deseo de abandonar lo que ya no la sostiene para poder avanzar.
En ese punto aparece ‘De Madrugá’, una canción nacida en otra etapa y adaptada al presente con una producción renovada. Con coros en ucraniano, es quizá el tema que más conecta con aquella fase de transición entre El Mal Querer y Motomami: un puente entre épocas, heridas y transformaciones.
El tercer movimiento arranca con ‘Dios es un stalker’. Rosalía se enfrenta a su propia divinidad con versos como “detrás de ti voy, yo que siempre espero que vengan buscarme a mí”. Es una de las canciones más pop de LUX, y una de las más transparentes emocionalmente. Aquí reflexiona sobre la omnipresencia, la presión de ser vista como una figura casi celestial y el peso de cargar con algo más grande que ella misma.
“La omnipresencia me tiene agotada”, confiesa en un tema que mezcla ironía, espiritualidad y vulnerabilidad. Se siente observada, casi beatificada por el público, pero también atrapada en esa versión idealizada de sí misma. Musicalmente, la canción combina palmas, pop y sarcasmo. Como ya hizo en ‘La Fama’, Rosalía vuelve a explorar el precio de ser ella misma, esta vez desde un lugar donde lo místico y lo pop conviven en el mismo altar.
‘La Yugular’ es una de las piezas más poéticas del álbum. A ratos, la voz de Rosalía queda casi desnuda, acompañada únicamente por una guitarra española que subraya la fuerza de la palabra. La canción es una plegaria sin dogmas, donde lo divino adopta múltiples formas: desde Lucifer hasta Undivel, el nombre de Dios en caló.
“¿Cuántas historias caben en 21 gramos?”, pregunta Rosalía en uno de los versos más líricos de LUX, una referencia directa al mito del “peso del alma”. El tema también puede leerse como una despedida hacia una expareja —la misma con la que canta ‘La Promesa’— cuando declara: “Libre de promesa”, como si por fin soltara un pacto emocional que la ataba al pasado.
La canción culmina con lo que parece ser la voz de Patti Smith, icono del punk y figura mítica de la poesía rock. Su aparición se siente casi profética, especialmente después de que Rosalía recite varios versos construidos en anadiplosis, reforzando ese tono ritual y literario.
‘Focu ‘ranni’ se abre con sintetizadores que imitan el sonido de una cinta VHS rebobinándose: un efecto retro que nos prepara para un flashback emocional. En esta canción, Rosalía revisita un momento de vulnerabilidad, cuando estuvo a punto de entregar su corazón a alguien que no lo merecía.
“Quería ir de blanco y fui de violeta”, canta, usando el violeta como símbolo del feminismo y del despertar interior. No hay arroz en el cielo —no hubo final feliz—, pero sí quedan tatuajes en las costillas con el nombre de una expareja: marcas de una historia que ya no define quién es.
Las campanas de boda que cierran el tema no anuncian una unión: anuncian una liberación. Un ritual de despedida para recuperar lo que siempre fue suyo. ‘En Sauvignon Blanc’, Rosalía brinda por el pasado… pero para dejarlo sedimentar. “Ya no tengo miedo del pasado, está en el fondo de mi Sauvignon Blanc”, canta con esa serenidad que solo aparece cuando el duelo ya terminó.
La canción, delicada y espiritual, marca un punto de inflexión en LUX: el momento en que Rosalía suelta lo material —adiós a los Jimmy Choos, adiós a la porcelana— y se entrega a lo intangible. Como una santa contemporánea, camina sobre nubes, ya sin necesidad de tacones. Al final la esperan las palmas, como si llegara a casa.
Es el cierre perfecto del tercer movimiento: ya está lista para ascender, literalmente, de nivel.
“Entrégate, que no hay manera. Mejor amar que aniquilarse”, abre Rosalía en ‘Jeanne’, el inicio del cuarto movimiento. Aquí comienza su santificación. La artista canta en francés y revisita la historia de Juana de Arco con solemnidad casi litúrgica. Sostiene la voz como quien sostiene una espada, cargada de un peso espiritual e histórico.
La figura de Jeanne d’Arc añade una lectura potente para el colectivo queer. Juana desafiaba normas de género, vestía y actuaba como un hombre en una época donde eso se castigaba con la hoguera. Era una mártir y una rebelde a la vez, un símbolo de resistencia para quienes nunca han encajado.
Rosalía, desde esa piel, canta que no es hombre ni mujer, sino un ser divino. Se compara con la santa guerrera, alguien dispuesto a arder por una causa mayor que su propio ego: la fe, la misión, el propósito. En este punto del disco, la artista ya no pide permiso: entra en su propia mitología.
‘Novia Robot’, el tema más pop —y el más político— del álbum. Aquí Rosalía se presenta incluso como “la RoRo”, una especie de influencer celestial que le habla directamente a Dios. “Guapa para Dios. Solo guapa para mi Dios”, canta, casi anticipando un GRWM versión ‘vamos a misa’ de parte de los influencers más tradicionales.
La canción funciona como una crítica frontal al sistema que exige perfección a las mujeres: cuerpos ideales, fe absoluta, devoción estética. Comienza con una intro hablada que se transforma poco a poco en un manifiesto contra el patriarcado, lleno de ironía, humor y músculo pop. Para este punto del disco, Rosalía está completamente liberada. Nada la ata ya al mundo terrenal.
Y entonces llegamos a ‘La Rumba del Perdón’, donde aparece la Santísima Trinidad femenina: Rosalía, Silvia Pérez Cruz y Estrella Morente. Sus voces se combinan hasta el punto de confundirse —hay momentos en los que es imposible distinguir quién canta qué— en un duelo perfecto que mezcla tradición, devoción y poder.
En esta rumba, los roles se invierten: Rosalía ya no busca redención ni pide absolución. Es ella quien otorga el perdón. “Toíto te lo perdono”, sentencia con una autoridad serena, casi divina. Es la culminación de su transformación espiritual: quien antes buscaba luz, ahora la irradia.
LUX cierra con la ascensión de Rosalía al cielo en ‘Magnolias’, un tema donde la artista asiste a su propio funeral. Pero no hay tragedia. No hay rencor. “Todos habéis venido, hasta mis enemigos”, canta con una paz casi sobrenatural. Rosalía ha cumplido su propósito y mira su legado con serenidad: la misión estaba clara desde el inicio—que su música llegara al mundo entero, guiada por lo divino.
En esta escena final, la artista se eleva acompañada por un coro celestial que representa su encuentro con Dios. Es un momento visual potente: Rosalía agradece la vida vivida y entrega su nombre al universo.
‘Magnolias’ está inspirada en Anandamayi Ma, una santa india, cuyo entierro estuvo protagonizado por las flores y en el que todos los asistentes sintieron paz y alegría.
A raíz de esta historia, Rosalía imaginó como sería su propio entierro pic.twitter.com/CKE0lb0TVT
— ♱rafa.vt♱ || BERGHAIN OUT NOW (@rafaa_vt) November 5, 2025
“Prométeme que me protegerás a mí y a mi nombre en mi ausencia. Yo que vengo de las estrellas, hoy me convierto en polvo para volver con ellas”, recita en un mensaje que parece dirigido a sus oyentes. Es su forma de decirnos: quédense con la música, con el legado, con lo que fui cuando ya no esté.
Con LUX, Rosalía asciende a un nivel simbólico: el de las musas y las figuras míticas que transforman la historia de la música. Un álbum que está destinado a perdurar, a estudiarse dentro de cincuenta años y a seguir resonando como una obra que trasciende su tiempo. Porque cuando alguien sigue la llamada de lo que realmente ama, lo imposible se vuelve sagrado.
Análisis hecho por Alberto Palao para LOS40 España.